En el Siglo XVII, mientras buena parte de Europa intentaba sacudirse el feudalismo medieval, en un rincón del continente, las desigualdades sociales se difuminaban durante unas semanas. Ricos, pobres, aristócratas y plebeyos camuflaban sus identidades tras las máscaras venecianas. Es tiempo de Carnaval.
El Carnaval de Venecia tiene su origen en las fiestas Bacanales y Saturnales del Imperio Romano, donde los excesos eran más que habituales y requerían el uso de antifaces para disfrutar sin miedo a ser reconocidos. De esta forma las máscaras se convirtieron en un elemento democratizador, las clases humildes se sentían en igualdad de condiciones que las más poderosas y éstas, se liberaban durante unos días de las ataduras morales propias de la aristocracia.
La ciudad conforma el marco idóneo para disfrutar de la fiesta. Inspiración de pintores, músicos y escritores, Venecia despierta sobre un archipiélago de más de cien islas, bañadas por el mar Adriático y conectadas entre sí por 400 puentes. La entrada al tráfico rodado sólo está permitida hasta el Piazzale Roma, a partir de aquí, el vaporetto y sobre todo las góndolas, toman el protagonismo para desplazarse por la ciudad de los canales.
La propia estructura urbana forma parte de la idiosincrasia del Carnaval. Multitud de calles, canales y patios sinuosos conforman un entramado oscuro que provoca la desorientación del visitante. No es difícil imaginarse por sus callejuelas a personajes anónimos encantados con la confusión. Quizás la mejor alternativa para orientarse sea seguir las huellas arquitectónicas de Pietro Lombardo o Sansovino, que nos conducirán a la espectacular Plaza de San Marcos, de quien Napoleón dijo “que era el salón más bonito de Europa”.
El gran canal, alma y corazón de Venecia, alcanza su mayor protagonismo cuando se pone a los pies del Puente de Rialto, por donde Tiziano, Tintoretto o Sebastiano del Piombo, paseaban buscando inspiración al abrigo del mecenazgo eclesiástico y comercial.
Todos ellos sin duda, se enfundarían durante estas fechas sus máscaras decoradas y se perderían por las calles en busca de evasión y libertad y un poco de picardía.
¡Qué rico!
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