20 de mayo de 2012

Mirar al futuro con ojos de esperanza

Moderna, cosmopolita y racial. Berlín es la capital de la cultura, el arte y la ciencia, pero sobre todo, es el legado vivo de la grandeza de un imperio.
Capital en el siglo XVIII de Prusia, centro neurálgico del Imperio Germano en el XIX y referente de la República de Weimar en la última centuria, Berlín es la ciudad que se ha reinventado a sí misma.
Situada al este de Alemania, a unos escasos 60 km de Polonia., la ciudad destaca por su topografía plana, no en vano se integra en  la llanura del norte de Europa, que se extiende desde Francia hasta Rusia. A lo largo de esta enorme estribación destacan como puntos álgidos las elevaciones de Mugelbergge y Teufelsberg. En realidad ésta última se erige, con sus 115 metros de altura,  como un recuerdo latente, ya 
que está conformada por montones de escombros artificiales de la II Guerra mundial.
La arquitectura de la ciudad refleja las heridas de su historia más reciente. Devastada por completo durante la Guerra, Berlín mira a través de la Puerta de Brandenburgo al progreso. Sede de las más prestigiosas universidades y centros de innovación, se ha convertido en el paradigma del futuro.Pero la ciudad no esconde sus heridas. El muro de la vergüenza, víctima de la división política, separó tres millones de familias e ideas, de sentimientos y doctrinas. El propio John Kennedy reconoció que era “una solución poco elegante, pero mil veces preferible a la guerra”.
Los 120 km que separaban las dos Alemanias, fueron forjando el Berlín actual, “la ciudad del diseño” que sonríe a la multiculturalidad.
Atrás quedan ya los capítulos negros de su biografía. Atrás queda la soledad de una ciudad incomprendida.
El pasado merece la pena recordarlo, sólo cuando sirve para reiventarse.