Argentina es conocida por el contraste de sus paisajes. De norte a sur podemos encontrarnos con exuberantes cataratas, kilómetros de tierra deshabitada o glaciares, pero también con un mosaico de cultura que transpira a lo largo de su extenso territorio.
La sierra de la plata, como la conocían los primeros exploradores europeos, es el segundo territorio más grande de América Latina y el octavo del mundo. La cabecera del país está presidida por un paisaje casi selvático, mientras que en el sur el glaciar Perito Moreno de la Patagonia domina la orografía dejando paso a más de 4.600 kilómetros de playas y acantilados. Al oeste emerge espectacular el Aconcagua y al este rivalizan en belleza las cataratas de Iguazú. Naturaleza salvaje e indescriptible en el cono sur.
Pero a pesar de sus espectaculares paisajes, la seña de identidad de Argentina es sin duda su capital. A ritmo de tango despierta cada mañana Buenos Aires, ecléctica, apasionada y orgullosa. De corazón literario y cuerpo futbolero, la ciudad porteña ejerce una enorme influencia sobre todos los aspectos de la vida nacional. Su evolución ha estado marcada por las diversas corrientes migratorias y ello ha conformado un mosaico de edificios neogóticos y de estilo art decó que conviven con imponentes rascacielos.
Pero Buenos Aires es, sobre todo, el mejor exponente del carácter argentino. Castigada por los avatares económicos, su egocentrismo le impide doblegarse y todavía pueden encontrarse acervos nacionalistas en los bares notables, cuna de intelectuales y artistas, donde se debate con acento suave y meloso sobre las crónicas que el Clarín ofrece a los lectores ávidos de revolución. También, donde se recuerda a Jorge Luis Borges recitando los versos con los que definía su patria imperfecta.
“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”.